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Séptima entrada

Está borroso. Tengo la boca abierta y babeo sangre, mi nariz ahora está en un ángulo extraño y mi ojo derecho está entrecerrado debido al moratón en mi pómulo. Mi cabeza descansa del lado izquierdo y sigo noqueado, me esfuerzo por ordenar mi cerebro para que mueva mis extremidades y no se rinda, pero no puedo.

No habría pasado nada de esto si él no me hubiera provocado, o el universo no estuviera conspirando contra mí metiéndome dudas existenciales en la cabeza, haciendo que me alejara de todos y a la vez todos de mí.

Cuando sentía esa armonía casi utópica rodear y llenar todos mis sentidos, creía que nada se me interpondría, podría llegar a hacer lo que quisiera si realmente me lo proponía. Pero no. Soy un estúpido cobarde.

O lo fui, hasta que le tiré el puñetazo en la cara. Mis principios tirados por el suelo y pisoteados por todos mis impulsos liberan una energía nueva en mí, que es excitante y me hace desear más, mantenerla latente. Por eso intento seguir golpeándolo. No es que lo odie o sienta un desprecio especial a él, de hecho, hasta cierto punto lo estimaba y solía pasar ratos geniales con su compañía.

Claro que no logro volver a infringir daño. Nunca había peleado y aunque ambos estemos por debajo del promedio de la masa muscular que debería tener alguien de nuestra edad, él me tumba enseguida. Me parece que asistió a clases de defensa personal por un tiempo y es menos inexperto que yo.

Me golpea repetidas veces, sólo en el rostro. Cada impacto viene acompañado de un quejido mío y un resoplo suyo. Me gustaría que dejara de hacerlo. O no. Ese contacto agresivo de alguna manera afecta a algo más que mi cuerpo.

No sé quiénes logran separarlo de mí pero se los agradezco en mis adentros. Mi orgullo está hecho mierda y quiero desvanecerme, desaparecer. Gritos y risas vagamente llegan a mis oídos pero no logro descifrarlas del todo. ¿Era necesario que tanta gente nos viera? ¿No tienen otros asuntos que atender? Dos personas se acercan a revisarme, no logro distinguirlas pero creo saber quiénes son y me tranquiliza. Escondo mi deforme cara entre sus hombros y lloro de rabia.

Vencido otra vez, sin embargo lo intenté, me obligo a convencerme de eso.

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