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Décima cuarta entrada

2:20 

Él de pantuflas, ella de pijama, a las cinco de la tarde. Tomados de la mano van a la cocina de paredes anaranjadas con verduras desagradables haciendo juego con lo nublado del cielo. Todo es un desastre, hot-cakes de hace cuatro días medio escondidos en una bolsa, la pila de trastes rebasa el lavadero en un equilibrio casi tan peligroso como de acróbata a treinta metros de altura, infomerciales escuchándose a lo lejos. Esculca ella la alacena en busca de más comida chatarra, encuentra palomitas con mantequilla para microondas.

—Parece que son las últimas, mañana tendremos que ir a comprar más—le dice ella haciéndose la olvidadiza, provocando que él ría sarcásticamente.
—Claro, podrías ir a mediodía. Mientras tú vas por las palomitas, yo disfruto de un hermoso acústico al aire libre—comenta él abriendo hábilmente la bolsa que encierra el maíz por delante de ella, abrazándola, a la altura de su cintura.—¿Cuánto tiempo le pones?
—¿No sabes cuánto tiempo pongo a las palomitas? Debería echarte ahora mismo. Vienes con la excusa de que parece domingo y todos los planes que tenías hoy se cancelaron, te dejo pasar a mi hogar, me besas el cuello y no sabes cuánto tiempo pongo a las palomitas. Eres despreciable.
—Yo también te quiero.

Se besan suavemente por dos minutos veinte segundos al mismo tiempo que explotan los granos de maíz dentro de la bolsa que gira en el microondas.

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