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Trigésima entrada

No en 2033


Nuestra Golden Retriever, Honey, se recuesta relamiéndose el hocico, y con los ojos humedecidos, no desvía la atención de la puerta como siempre que ella tarda en llegar. Por infortunio, o comodidad nuestra, su cama quedó entre el sillón y una mesita donde Mariana y yo ponemos la correspondencia y las llaves, además queda a primera vista al abrir la puerta. Así nuestra bebé, como Mariana suele llamarla, que nos escucha desde adentro, corre hacia nosotros cuando entramos y rodea nuestras piernas mostrando su rosada lengua mientras su cola frenética golpea nuestras rodillas. Pero si tardamos mucho buscando la llaves para abrir, ella, desesperada por vernos, rasga la puerta con fervor haciendo pedazos la pintura. Abro la puerta y Mariana con un elegante movimiento posa su mano en la cabeza de Honey y desciende detrás de sus orejas acariciándolas, de esa manera nuestra amor dorada recupera la calma. Pero, en días que llego solo, como hoy, Honey a penas se inmuta, recostada mueve un par de veces la cola y cierra los ojos cuando le rasco entre éstos.

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