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Divagación 17:53 - 18:23

No es julio, son las lluvias 

Son las seis de la tarde, recostado leo por leer, escucho música por ahogar el silencio. Estoy varado en mi habitación. La llanta delantera de mi bicicleta explotó. La adrenalina me embarga. Por eso me río con fuerza. El libro está bueno, pero exagero. Como si estuviera en la silla del dentista y éste me hubiese pedido que «abra grande».

La puerta está abierta. No hay eco, pero aun así casi puedo escuchar a las paredes tan sarcásticas como siempre callarme. Entonces lo veo por la ventana. Un relámpago. Dos relámpagos. Truenos. Vuelvo a carcajearme. Recuerdo una conversación que tuve con alguien, en una tarde como ésta, que estaba escondida debajo de la mesa mientras charlábamos. 

—Me dan miedo los truenos.
—¿Por qué?
—No sé. Si cierro los ojos, y escucho el cielo caerse afuera, me imagino en un barquito pesquero en altamar siendo abatido por las grandes olas.

O algo así dijo. Pero qué más da. Al final, siempre terminamos modificando nuestros recuerdos a nuestra conveniencia. Por eso me da igual qué haya dicho ella y qué le haya respondido yo. Me dio igual en ese momento y, al igual que hoy, también me reí. 

Entonces pongo a todo volumen:

Ay, qué mal,
que tengas que dormir cuando el día acaba de empezar.
No hay nada
peor que ver la mañana obligando a la luna a escapar.

Qué mal,
que tengas que dormir cuando el día acaba de empezar.
No hay nada
peor que ver tu mirada y no poder hablar.

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