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Cuarto

La luna nos sonríe aún más brillante que la primera vez que salimos a encontrarla.

Caminamos lentamente hasta la parte más alta y nos situamos ahí.

Ambos la observamos, embelesados con su hermoso baile.

Llevas tus manos detrás de tu espalda para inclinarte ligeramente y de la nada sueltas una pequeña risa.

Me giro para observarte, justo en el momento en el que haces lo mismo.

Y sueltas una sonora carcajada.

—Tenías razón

Sé que puedes ver la duda en mi rostro y vuelves a reír.

—Habías dicho que la luna a estas horas suelta invisibles gotas de magia. Ahora lo puedo comprobar.

Recoges tus piernas y con ambas manos envuelves cada uno de tus tobillos.

Regreso mi vista a la luna y ahora quien sonríe brillantemente soy yo.

Porque sé que sólo realizas ese movimiento cuando algo te atrapa completamente.

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