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Quinta entrada

Era viernes. Y aclaro desde ahorita que me disgusta que sea viernes, no quiero que llegue ese día. Que sea viernes significa que no la veré por lo menos por dos días. Enfermo por dos días. Falto de ese no sé qué suyo por dos días. El no sé qué que respiro y me hace sentir excelente. El no sé qué que observo y deseo contemplarlo por horas. El no sé qué suyo que me encanta.

Como decía, era viernes y se sentía un aire diferente, tal vez aire primaveral, no lo sé. El ambiente encajaba perfectamente con su presencia, nuestra compañía, mis miradas, sus sonrisas. Juegos de enamorados en viernes.

Estábamos acercándonos al momento de despedirnos, fui a arreglar unas cosas y ella me alcanzó. De alguna manera terminamos solos en las escaleras del último piso. Me coloqué unos escalones abajo para estar a su altura. El Sol le daba de cara y hacía resaltar el café de sus ojos, café que provoca mis desvelos. Me sonreía. Cómo me encanta que sonría. Y si es por mí, sonrío igualmente. Nos mirábamos fíjamente, como si fuéramos a olvidar cómo es el otro al siguiente momento. Nuestras costillas no eran suficientes para contener nuestros pulmones nerviosos. Nuestros corazones no eran adecuados para la cantidad de sangre alterada que llegaba a la punta de cada dedo.

No sé cómo describir lo siguiente o tal vez sólo es pudor. Fue el momento donde alfa y omega se encuentran, donde el Sol se asoma para el comienzo de un nuevo día, donde la primera gota de lluvia cae sobre la planta más sedienta.

Flotamos los dos.

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