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Décima quinta entrada

Alas

Sentados sobre el desnivel de la carretera que lleva al aeropuerto están los dos, él viendo los autos pasar y contando los rojos, ella mirando las nubes.

—Oye.

—Dime.

—Las nubes no son de algodón.—dice ella provocando que él pierda la cuenta y la mire a los ojos.—Hace mucho frío allá.

—Pero no puedes negar que la vista desde ahí sería asombrosa. Aunque creo que nadie querría vivir ahí, está todo tan blanco y silencioso que, según yo, no habría mucha diferencia a un desierto.

—Excepto que en un desierto hace mucho calor y el frío es mejor que el calor.

—Por supuesto que no. ¿No has aprendido nada de tus poemas? ¿Qué es lo que se anhela de la presencia de una persona? Su calor. Ningún ser busca a otro para congelarse a su lado.

—Claro, pero qué dices de estar junto a alguien en un desierto. Vaya que es útil el calor. Del frío puedes salir, del calor no. Morir de ambos debe ser horrible.

Él quedó mudo por un momento, reflexiona y saborea haberla molestado con eso.

—Cuando muera quiero que sea rápido y los dos métodos que propones harían agonizar a cualquiera. Que mi muerte sea un parpadeo, una exhalación, un latido. No pain.
—O caer desde un avión y que tu paracaídas no abra. Podrías aparecer en los periódicos.

—Mientras menos personas lo sepan mejor. Que mi cuerpo lo arrojen al espacio. Sin funeral. Sin lágrimas falsas. Que todos digan que me fui de vacaciones a los más pequeños para que también ellos se convenzan de que es la verdad.

—Me parece muy solo. Nadie te abandonaría así.

—Tal vez, o podría ser tan viejo que no quedaría nadie por abandonarme, sería yo quien se uniría a los demás.

—Tal vez.

Un silencio incómodo cunde.

—Podríamos acercarnos algo a las nubes, así entenderías a lo que me refiero acerca de la vista y decirte te lo dije.—dice él mientras ella pone los ojos en blanco aparentando fastidio no obstante corrige su expresión abriendo mucho los párpados con la mirada fija en él.

—Comenzaba a creer que nunca me invitarías a ver las nubes de cerca.

Ambos saltan y despliegan sus alas llenas de blancas y abundantes plumas (alas hermosas) justo antes de tocar el suelo. Vuelan un poco separados para no chocar entre sí, rozando la mano del otro con la punta de sus dedos. Él a la derecha, ella a la izquierda.

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