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Divagación 10:58

Daño mental. Cereza.

La cereza sentía el frío de invierno. Pero era el mes que le sigue a septiembre. Vestía el gorro gris de lana, las orejeras que imitaban a unas de conejo, la bufanda con jirafas bailando tejidas a mano y los guantes que combinaban con el color de su piel. La desdichada también traía encima una chamarra, que si fuera 1950, la pequeña fruta se podría hacer pasar por una marinera, y un pantalón verde pasto. Los pies desnudos afligían a la cereza. ¿Dónde carajo había dejado las calcetas y las botas?


—Mi cajón de calcetas está vacío. O lleno de aire y polvo. Como sea, allí no están—dijo en voz alta. —Tampoco veo nada en el lugar de las botas. Veo las pantuflas y las sandalias; las zapatillas y los tenis; la carne de hamburguesa y los que caminan solos.

En fin, cogió un cuchillo y se cortó la lengua por mitad. Cada mitad la adaptó para formar una calceta. Los zapatos, bah, qué más daban. Se desangraría con o sin ellos. 

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